En la junta de la ventana yacía su frente estrujada contra la madera y el destello de la tarde salpicaba un poco sus mejillas, el viento que soplaba en todas direcciones no callaba, pero al chocar con la ventana entendió que debía guardar silencio, se acurrucó poco a poco sobre el pastal, sobre el acantilado como densa niebla, comenzó a inmiscuir el valle y la ladera, el sol tras de la cortina blanca intentaba llegar agotadísimo hasta el ventanal, intentando calentar aquellas mejillas palidecidas, entristecidas, las lágrimas que ya se habían escarchado, parecían brillantina reposada sobre la constelación de lunares que rondaba la comisura de sus ojos y se daban la mano sobre su nariz fría y rojiza, el adiós es una cosa que destroza el alma. Él, quien tanto dolor le había causado, caminó con paso firme entre el pastizal, y le decía adiós con la espalda, sin mirarla, sin nunca mirarla, solo el silencio como un pañuelo batido a lo lejos se despedía de la casa decrépita y de ella, tan radiante. Siempre fue infeliz, lo supo desde el primer día que apretó su mano tan fría por primera vez, desde aquella noche que su mirada como cuchillas le rebanaron la risa de un chiste flojo que había lanzado en la mesa, desde el abrazo blando que recibió en la llegada del trabajo, desde el beso insípido que entregó a regañadientes en la fiesta de unos amigos, a pesar de todo lo amaba, pero el origen de este amor fue siempre un misterio, era un hombre elegante, bien hablado, sincero, pero muy silencioso, quizás el misterio de su semblante siempre taciturno la había llevado por estos caminos turbios del amor. Ella por el contrario siempre fue una mujer risueña que destilaba un cálido aurea hacia aquellos que se acercaban, siempre era capaz de alegrar una cara amarga y los lugares aburridos se entonaban únicamente con su saludo estrepitoso. Quienes la conocía comenzaron a notar poco a poco su agotamiento, aquel hombre la consumía desde adentro, parecía absorber la vitalidad de sus gestos, parecía palidecer sus mejillas, agrisar su cabello castaño, fue una batalla perdida desde el comienzo, algunas personas dicen que las parejas tienden a parecerse, a veces las personalidades confluyen y se absorben uno a otro y construyen un nuevo ente, paren un ser dicotómico que si armoniza se mantiene con vida pero que si sus colores no se diluyen sin ensuciarse delira y agoniza hasta morir, en su caso ella había sido absorbida por completo, como si una sanguijuela enorme la vaciara todas las noches y un día cuando ya no quedó nada, él la comenzó a llenar con su gélida esencia. Nadie supo de donde salió aquel hombre tan agotador, de pronto un día la vieron junto a él en un evento público y saludaba sin mirar a los ojos, ya no palidecía los corazones sino que parecía ahora una extremidad de aquel hombre, cuando pronunciaba una palabra la piel se erizaba y el escalofrío recorría los huesos...