Tan solo miraba la sombra de tus manos recubiertas de una penumbra mayor, ese hedor a cigarrillo que ante la sutileza visual de tus dedos es imperceptible, pero las cercanías de la intimidad ponen al descubierto. Terminado el acto, observaba cómo tu cigarro impedía que aplaudieras como es socialmente requerido, y es que no imaginaba las manos estrellarse con el cigarrillo atrapado en el fuego cruzado de tus aplausos, salpicando el vestido blanqueado por la oscuridad de la noche, como lo hace con la luna gris y estéril; en aquel instante imaginé cómo las cenizas impregnadas del vestigio del fuego, que segundos antes quemaba tus pulmones, ahora encendía imperceptible aquellas telas, te consumía de pies a cabeza enajenada por el placer del humo recorriéndote, imaginaba las llamas que se aferraban a tu piel y la consumían infraganti, la transitaban en silencio de sol a sol y cuando te dieras cuenta ya estarías atrapada en su encanto infalible, enamorada de aquel deseo que te consumía, mientras ellas consumían su deseo por vos.
Fernando Briceño
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