lunes, 13 de enero de 2020




Las religiones que prometen el cielo después de la muerte, comprenden que en esencia, esto puede resultar en un problema técnico nefasto para mantener una religión poderosa, pues los fieles cada vez más se verían tentados al suicidio; si era verdad lo que sus líderes religiosos predicaban, para qué esperar en un mundo lleno de caos y dolor a que los aires de a muerte inundaran su pecho y burbujearan en el espesor de la sangre estática; tuvieron que inventarse entonces un mandamiento divino inquebrantable, prohibir de ipso facto el acto “impuro” del suicidio, solo sus dioses tienen el poder divino de asesinar impunemente a los que desean vivir y de castigar con sadismo a los que osaban ver a Dios a los ojos y arrebatarle el poder de la muerte, cual Prometeo que roba el fuego y reclama su verdadero lugar en la mitología, dejando al descubierto que las mujeres y los hombres no fueron creados por los dioses, por el contrario, los dioses han sido creados por el verbo que acompañó al hombre desde su génesis. ¡Qué sacrilegio!

                                                                F. Briceño 



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