Las religiones que prometen el cielo después de
la muerte, comprenden que en esencia, esto puede resultar en un problema técnico
nefasto para mantener una religión poderosa, pues los fieles cada vez más se
verían tentados al suicidio; si era verdad lo que sus líderes religiosos
predicaban, para qué esperar en un mundo lleno de caos y dolor a que los aires
de a muerte inundaran su pecho y burbujearan en el espesor de la sangre
estática; tuvieron que inventarse entonces un mandamiento divino inquebrantable,
prohibir de ipso facto el acto “impuro” del suicidio, solo sus dioses tienen el
poder divino de asesinar impunemente a los que desean vivir y de castigar
con sadismo a los que osaban ver a Dios a los ojos y arrebatarle el poder de
la muerte, cual Prometeo que roba el fuego y reclama su verdadero lugar en la
mitología, dejando al descubierto que las mujeres y los hombres no fueron
creados por los dioses, por el contrario, los dioses han sido creados por el verbo que acompañó
al hombre desde su génesis. ¡Qué sacrilegio!
F. Briceño
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