Es
inconcebible como un impetuoso relámpago logra renacer tal deseo, tal añoranza,
la palidez de la tarde gritaba en súplica de tus cabellos de fuego para que acompañasen a la estrella decadente, de tu
mirada alucinante que siempre me devora hasta el espinazo, siempre fuego, siempre
luz ardiente, como la que hace crujir la madera, como la que desgarra los
nubarrones y desciende hasta la arena y la cristaliza, o hasta un árbol
abatido, o hasta mi piel que arde bajo tus besos…
F. Briceño
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